«Gracias a la libertad de expresión hoy es posible decir que un gobernante es un inútil, sin que nos pase nada. Al gobernante tampoco».

Jaume Perich (1941-1995). Escritor y humorista

jueves, 5 de mayo de 2022

Como sarmientos secos.

Recojo sus dos manos entre las mías. 

  • “ Están frías, como siempre. Las tuyas están calientes”, me dice.

  • "Sí, mama. Y eso que está lloviendo. Deja que te las caliente”.

Al tomarlas entre mis manos, parecen un ramillete de nudosos y frágiles sarmientos. El color pálido cruzado con infinidad de venas, las cuales han perdido el color azul, y ahora son de un color oscuro indeterminado, dan un aspecto de sequedad, de que por ellas ya no circula la sangre.

Los nudillos donde se unen las falanges, están agarrotados, apenas si puede cerrar las manos. Son como los de un sarmiento, que en tiempo de poda, el podador cortaría o directamente daría por terminado el ciclo de producción de la vid.

Poco a poco entran en calor, mi estufa natural también acusa el día lluvioso y desapacible.

De su cuerpo sólo se ven sus manos, la frente y sus ojos que hace tiempo que dejaron de ver y han adquirido, también, un color oscuro indeterminado.

  • “esa rodilla, esa, me duele permanentemente”, se queja al pasar  mis manos por todo su cuerpo, para darle el calor filial, un abrazo para hacer patente mi presencia y cercanía.

La conversación se interrumpe con largos silencios, ella, con los ojos cerrados, yo, mirando sus manos tan huesudas. 

Esas manos que me abrazaron cuando me pusieron sobre su pecho, recién parido. El hijo deseado, después de aquel primer embarazo frustrado.

Aquellas manos que me acercaban el pezón, y que yo ávidamente buscaba, pues el elixir materno era mi fuente de crecimiento, y al que el instinto me dirigía.

Aquellas manos que me esparcían agua tibia y limpiaban y refrescaban mi cuerpo.

Aquellas manos a las que me aferraba cuando ya podía mantenerme en pie, porque  me daban seguridad. 

Aquellas manos, que a veces no eran amistosas y servían para corregir mis desobediencias.

Aquellas manos que cada semana, amorosamente, amasaban harina y la transformaba en unos panes caseros, inigualables, y unas cocas de “mullador”, insuperables.

Aquellas manos de las que dependimos aquellos cinco brotes que pario, y que hoy, al despedirme, he besado.

Aquellas manos que acariciaron a ocho nietos.

He infringido la norma y he besado sus mejillas, las dos caretas anti – COVID no podía ser un obstáculo para que besara sus mejillas. Abrace su cuerpo y se estremeció, puse mi cabezón en su regazo y sus manos mesaron mi cabeza y mis escasos cabellos. 

Cuando salí a la calle el cielo lloraba.