«Gracias a la libertad de expresión hoy es posible decir que un gobernante es un inútil, sin que nos pase nada. Al gobernante tampoco».

Jaume Perich (1941-1995). Escritor y humorista

miércoles, 11 de enero de 2012

AVE FENIX



Catedral vieja - Lleida
Cuando tengo que realizar un viaje, especialmente si es turístico, suelo con antelación informarme y preparar la ruta, pensar en todos los imponderables que pueden surgir, para que ese viaje sea de autentico placer y no una prueba, como de reality televisivo.

La preparación del mismo, me produce más placer, me divierte mas, casi, que el mismo viaje.

El viaje a Lleida (los viajes), no es un viaje que hay que preparar, es un viaje repetido, y no por eso, no deseado. 


La nueva situación personal, me lleva a usar menos el vehículo privado y empezar a conocer el transporte público, cosa que por otro lado, ya venia haciendo en menor medida desde hace algún tiempo.

El tren EUROMED es la opción elegida. Este no tiene ni comparación con el TRAM - Denia-Alicante.  En un tiempo de dos horas, nos sitúa en la romana Tarraco.
 
La ciudad, declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO,  esta situada sobre un montículo que se levanta como un balcón-atalaya mirando al azul intenso del Mediterráneo. En la parte más alta destaca, como un faro de luz dorada, la torre del Pretorio Romano. Desde allí, observando el mar y los modernos navíos de carga, que en su puerto descargan,  la estatua de  Caesar Augusto.

El recorrido por las ruinas de la antigua Tarraco, hace intuir que fue una ciudad importante.

 Durante el recorrido por la ciudad actual, se observa que, en las fachadas, es muy común la piedra labrada, y que algunas de ellas son de considerables dimensiones. Supongo que hasta que el conjunto de obras antiguas no fue protegido, o cuando fue declarado Patrimonio de la Humanidad, dichos monumentos constituyeron una fuente de materiales para la construcción de la nueva Tarragona. 

Una cantera a pie de obra.

 ¿A donde quiero ir a parar?.

Lo que quiero expresar, es que, aunque la vida la contabilizamos en años, meses, días, horas, minutos y segundos, no es más cierto que esas fracciones de tiempo no son nada frente al tiempo y edad del universo. No somos nada, cuando comparamos nuestras míseras medidas, con el tiempo universal.

Por eso, somos una ínfima parte de un soplo en un vendaval. 

Las civilizaciones se han sucedido, y unas se han ido alimentando de las otras. Tarragona me hizo pensar que, con las piedras que los romanos construyeron el anfiteatro, otros construyeron monumentos y edificios, creando las ruinas, a las que ahora otros les prestan protección. 

Tarragona, pues, las ruinas y los edificios actuales, levantados con piedras de esas ruinas, me han convencido, que el tiempo, nuestra medida del tiempo, no puede servirnos para vivir.
Hay que mirar nuestra vida como ese ínfimo soplo,  y valorarla de ese modo.

Con esa visión  apreciaremos cada momento de nuestra existencia y la de los demás.

Es tan corto nuestro tiempo que no podemos dedicarlos a realizar acciones superfluas.

La vida debe ser intensa y transmitir intensidad. 

Si nuestro legado esta construido con las medidas universales, las generaciones venideras no tendrán necesidad de proteger nuestras ruinas, porque no existirán, no habrá sido necesario seleccionar porque todo será aprovechable.

No hay comentarios: