«Gracias a la libertad de expresión hoy es posible decir que un gobernante es un inútil, sin que nos pase nada. Al gobernante tampoco».

Jaume Perich (1941-1995). Escritor y humorista

jueves, 18 de noviembre de 2021

¿Que será de mi?

Los últimos días en su casa, curiosamente,  las noches, las dormía de un tirón.  Cuando despertaba por la mañana, preguntaba que tal se había comportado por  la noche. 

Como una niña que teme que la castiguen, procuraba durante el aliño matutino, colaborar y hacer fácil el trabajo al cuidador/ra. No era cuestión de miedo, Fina había sido toda su vida una mujer  fuerte, una mujer de su casa y en su manera de llevarla y su comportamiento, nunca hubo nada que decir. Por eso, el tener que ensuciarse conscientemente y que alguien la tuviera que limpiar, era para ella lo que peor llevaba.

Mi padre, en sus últimos días, con un habla ininteligible, nos quiso hacer entender, que ella no estaba para vivir sola. Y viviendo sola, por voluntad propia, al fin tuvo que aceptar compañia, después de tres cirugías.

Mi madre no morirá nunca. Su carácter, impreso de los genes de la familia “xest”, le dio fuerzas para, durante 64 años, estar para todos.

Los cuatro años que ha sobrevivido a mi padre, han sido bien asumidos. Repetía muchas veces, que mi padre no podría vivir solo.

Es bien cierto y comprobado que su carácter fuerte, además de ser una herencia genética,  sin duda es una consecuencia de ser huérfana de madre a los cinco años y la única mujer entre sus cuatro hermanos, mi padre y sus cinco hijos, total nueve hombres.

No puedo, ni  quiero presumir de hijo deseado. El primer parto fue fallido. La muerte del primer hijo la sumió en una depresión que superó gracias a los buenos y maternales apoyos de su tía Pascuala. Y como no, de su marido, mi padre. Hay otra persona que influyo, tanto en el casamiento como en la recuperación del parto fallido. El padre franciscano Juan Nadal Moltó se convirtió en mediador de boda y consejero para la recuperación del bache maternal y existencial.

Yo nací después de aquella pena. Sin duda fui una alegría.

 Conmigo aprendio a ser madre, y una profesora exigente. El abecedario y las tablas de multiplicar, fueron mis grandes imposibles. Viví en  los tiempos en que se decía: “la letra con sangre entra”. Y no llegamos a tanto, pero los distintos profesores que tuve, en mayor o  menor medida, hicieron uso de esa máxima. La sangre nunca fluyo, pero era habitual que  sorbiéramos mocos casi a diario.

La penúltima lección ha sido su aceptación de vivir en una residencia de ancianos.

Durante los tres últimos años he convivido cada día con ella, recordamos aquello y olvidamos lo otro, treinta años nos separan, el olvido (técnicamente) la vejez, empieza a fagocitar los recuerdos. Los olvidos frecuentes. El no reconocimiento de los más cercanos. La distancia de treinta años un con sesenta y cuatro y ella con noventa, aún nos separa más.

Hoy me dicen que ha preguntado por mi.

Siento un especial desasosiego.

“Que será de mi”

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