Por eso, espero que las cuatro pinceladas que voy a esbozar, y que son las que harán que recuerde a la Pepita coincidan con la idea que tenéis vosotros de ella.
No he pasado por el trance de perder a mis padres. Hasta hoy no sabía que sentían, ni sabía que decir a mis amigos y conocidos que estaban pasando por esos momentos.
Hoy ya sé que se siendo. Siento un vacío, siento los cortocicuitos y flases que se producen en mi cerebro. Las imágenes y momentos que reviven situaciones, siempre agradables.
Cuando por la mañana sacaba la cabeza por la ventana, y miraba desde arriba, fuera la época del año que fuera, Pascua, Navidad o san Jaime, muy temprano, ya estaba con un pañuelo en la cabeza, los brazos siempre al descubierto, con la escoba peleándose con las hojas caídas del otoño, o con la manguera de chorro abundante, refrescando el hormigón del patio, en verano.
Durante veinte años he pasado temporadas bajo el techo de Cal Sarroquí, he admirado su energía, sus movimientos, sus pasos de mujer resuelta. Todos los movimientos denotaban una fuerza que a mí me impresionaba.
Por las mañanas me encontraba en la reja de la puerta el periódico, que bien temprano había recogido y lo había doblado, fresco, a punto para que cuando nos levantamos pudieramos enterarnos de las noticias.
Y me preguntaba cómo si le preguntará a otro:
- Que al Vicente no ha dormido?.
Por ser el mas madrugador.
- Que al Vicente le gustará?.
.Para preparar algún de sus deliciosas comidas.
Siempre la sentí muy pendiente de mí. Me sentí querido. Mi admiración por el brazal de agua corriente y anegado el césped, cosa impensable para mí, viniendo de tierra seca. Sus plantas, sus flores, sus gatos y gatas, los pavos, gallinas, conejos ….Me explicaba, me daba lecciones de pagés, de cómo se puede ser autosuficiente.
Cuando ella decía “el Vicente”, sentía un orgullo interno, sentía cómo si me destacará entre todos. No. No era así, ella tenía para todos.
Era el ejemplo y motor de la familia, pendiente en todo y dedicada en pleno.
De repente, en los atardeceres de invierno, estaba reavivando el fuego del hogar, que nosotros no teníamos en cuenta.
De repente, salía un vehículo. Era Pepita que marchaba, manejando con soltura.
Su mesa del jardín situada en un lugar agradable, y rodeada de frescura y color, era lugar de reunión de las vecinas, una tradición perdida que ella mantenía viva.
Yo confundía a veces si eran las vecinas o era el puesto de trabajo del grupo de costureres, sonrientes, viviendo el camino de la vida y yéndose, despacio, en un orden casi natural. Ella, no podía ser de otro modo, es la última de las costureras de La Bordeta.
Sé qué palabras no voy a escuchar cuando llego de vuelta a “Cal Sarroqui”.
Desde lo alto de la escalera preguntaría:
- Que, al Vicente le gustado la ceremonia?.
Hoy sé que he perdido a la Pepita, a vuestra madre, mi madre.
(Texto leido en el funeral de Josefa Alentá Calderó "Pepita de Cal Sarroquí" en Lleida el 30 de agosto de 2015)
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