Como declaración de principios diré que, toda persona
merece que se respeten sus ideas i manifestaciones, siempre que estas no se
salgan de las costuras que establecen las leyes.
Dicho lo anterior, todas aquellas manifestaciones y
opiniones sobre las personas, por muy duras que sean y que no contravengan la
mencionadas leyes, será responsabilidad del que las manifieste, hacerlas menos
duras y ofensivas, o más corrosivas y punzantes.
Estoy convencido que el común de los españoles hemos
adquirido un hábito hacia los representantes públicos, insultante y
desconfiado, y que aplicamos en cualquier momento y a cualquier persona,
político o carnicero, sin valorar el
grado de merecimiento del
calificativo. En principio se le da el
más grande y ofensivo, y después, pocas veces, se rebaja.
Pero falla algo entre nosotros, o no entendemos la
actitud que los políticos practican después de un rifirrafe. Mirando el asunto
parece como un código de caballeros.
En el hemiciclo del parlamento, desde las poltronas o
desde la tribuna, se vierten palabras, frases, acusaciones, amenazas y denuncias, algunas de escandalosa
actualidad y ciertas, y al rato, después
de hirientes cornadas, los verracos se van a comer juntos, o se les ve en animada
charla y entre sonrisas.
Nos choca y mucho. ¿Cómo pueden separar sus diferencias
en la actividad política, de la actividad personal?.
Recuerdo un Alfonso Guerra hiriente e insultante en la
tribuna contra Adolfo Suarez, en el papel de poli malo y Felipe González en el
de poli bueno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario