«Gracias a la libertad de expresión hoy es posible decir que un gobernante es un inútil, sin que nos pase nada. Al gobernante tampoco».

Jaume Perich (1941-1995). Escritor y humorista

viernes, 6 de abril de 2012

El Bósforo (4)


Al final de la bulliciosa calle Istiklal (Independencia), y de súbito, desaparece el rio de gente que la recorre.  Sin darse uno cuenta, y si no se estuviera sobre aviso, y como un edificio más, se yergue la Torre Gálata (año 528). Se siente la necesidad de subir a lo alto, desde donde se tiene una visión de 360º de Istanbul. 

Con paciencia para aguantar la cola, con aquellos que han tenido el mismo impulso, podemos tener a nuestros pies Istanbul. La paciencia se tiene que mantener, ya que habrá de sortear la aglomeración de curiosos trotamundos, que desde la estrecha terraza, quedan encantados ante la panorámica. 

Hay que intentar la visita al atardecer, con la puesta de sol, la iluminación  nocturna y la voz de la oración desde la infinidad de minaretes. Hay que vivir ese momento, no sirve ninguna frase para transmitirlo. Yo no la tengo. 

Istanbul se encuentra en el punto de encuentro entre dos mares. El mar Negro y el mar de Mármara integrado en el Mediterráneo, y el brazo de mar que los une es el Bósforo.
Se asienta  la ciudad en el punto que  se le ha dado en llamar “el Cuerno de Oro”.  Su urbanismo caótico, hace que se desconozca el  censo de población, y según quien,  puede rondar entre 12 o 18 millones de habitantes.  

El tranvía, el metro, el funicular, el transbordador, los autobuses municipales y los autobuses de turistas, la miríada de taxis amarillos, el vehículo privado, producen un caos circulatorio organizado.

Para el visitante es un repelente, que lo hace valorar si vale la pena intentar adentrarse en el laberinto de la ciudad.

Hay otro tráfico, que desde los miradores se observa, el que discurre por el Cuerno de Oro y el estrecho del Bósforo. 

Otro transporte es, el recorrido en barco turístico público o privado. Uno muy popular es el que va desde el embarcadero del puente Gálata, remontando el Bòsforo hacia el mar Negro, hasta el puente de Sultán Mehmet.

Los turistas, encantados, observan desde el mar, que las orillas están plagadas de mansiones o grandes casas, algunas de madera. Algunas casas de famosos o de millonarios anónimos. Y el yate del omnipresente fundador de la republica, expuesto en una de las orillas.

Eugenia de Montijo, esposa de Napoleón III, fue una de las primeras veraneantes del Bósforo, en el esplendido palacio de Beylerbeyi.

De vuelta al embarcadero, para terminar el día, se puede reponer fuerzas en alguno de los restaurantes que en  nuestro paseo hacia la zona de Sultanahmet nos vamos encontrando. Saborearemos algunos de los platos turcos. Los golosos, no dejaremos de probar “las delicias turcas”, y un te o café turco.

Y porque no. Un raki.  

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