Al
final de la bulliciosa calle Istiklal (Independencia), y de súbito, desaparece
el rio de gente que la recorre. Sin
darse uno cuenta, y si no se estuviera sobre aviso, y como un edificio más, se
yergue la Torre Gálata (año 528). Se siente la necesidad de subir a lo alto,
desde donde se tiene una visión de 360º de Istanbul.
Con paciencia para aguantar
la cola, con aquellos que han tenido el mismo impulso, podemos tener a nuestros
pies Istanbul. La paciencia se tiene que mantener, ya que habrá de sortear la
aglomeración de curiosos trotamundos, que desde la estrecha terraza, quedan
encantados ante la panorámica.
Hay
que intentar la visita al atardecer, con la puesta de sol, la iluminación nocturna y la voz de la oración desde la
infinidad de minaretes. Hay que vivir ese momento, no sirve ninguna frase para transmitirlo.
Yo no la tengo.
Istanbul
se encuentra en el punto de encuentro entre dos mares. El mar Negro y el mar de
Mármara integrado en el Mediterráneo, y el brazo de mar que los une es el
Bósforo.
Se
asienta la ciudad en el punto que se le ha dado en llamar “el Cuerno de Oro”. Su urbanismo caótico, hace que se desconozca
el censo de población, y según
quien, puede rondar entre 12 o 18 millones
de habitantes.
El
tranvía, el metro, el funicular, el transbordador, los autobuses municipales y
los autobuses de turistas, la miríada de taxis amarillos, el vehículo privado, producen
un caos circulatorio organizado.
Para
el visitante es un repelente, que lo hace valorar si vale la pena intentar adentrarse
en el laberinto de la ciudad.
Hay
otro tráfico, que desde los miradores se observa, el que discurre por el Cuerno
de Oro y el estrecho del Bósforo.
Otro
transporte es, el recorrido en barco turístico público o privado. Uno muy
popular es el que va desde el embarcadero del puente Gálata, remontando el Bòsforo
hacia el mar Negro, hasta el puente de Sultán Mehmet.
Los
turistas, encantados, observan desde el mar, que las orillas están plagadas de
mansiones o grandes casas, algunas de madera. Algunas casas de famosos o de
millonarios anónimos. Y el yate del omnipresente fundador de la republica,
expuesto en una de las orillas.
Eugenia
de Montijo, esposa de Napoleón III, fue una de las primeras veraneantes del Bósforo,
en el esplendido palacio de Beylerbeyi.
De
vuelta al embarcadero, para terminar el día, se puede reponer fuerzas en alguno
de los restaurantes que en nuestro paseo
hacia la zona de Sultanahmet nos vamos encontrando. Saborearemos algunos de los
platos turcos. Los golosos, no dejaremos de probar “las delicias turcas”, y un
te o café turco.
Y
porque no. Un raki.
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