Mirando hacia el mar de Mármara, desde el punto en que me
encuentro, veo puntiagudos minaretes. Entre ellos hay una competición. Entre
los promotores de las mezquitas había una competición. Quien ganaba más altura
y grandeza.
Santa Sofía, la mezquita Azul, la de Beyacit, de Solimán el
Magnifico, Mahmutpasa … y más. Todas
ellas en la Istanbul europea, contrastando
con la Estambul que en el otro lado del
Cuerno de Oro, solo puede oponer una torre, la Torre Gálata, pero que a cambio
ofrece la modernidad y los gustos occidentales.
Es una experiencia única la entrada a las mezquitas, con el
ritual de descalzarse, pisar el recito, donde la alfombra es el suelo. La
ensoñación de colores en miles de combinaciones de azulejos, brillantes, por la luz que entra por la infinidad de
ventanas, con vidrios de colores. La imponencia de las cúpulas. Una experiencia
única, el silencio y el respeto que impone el espacio, chocante para un
cristiano, por la ausencia de imágenes o
pinturas de personajes.
Una experiencia el rezo de los almuecines, que
sincronizados, y desde los altavoces de los minaretes, esparcen su voz por el
espacio de la Estambul, ruidosa y agitada.
Las mezquitas, que para su financiación tenían asociado un
mercado (bazares), estos provocan una autentica experiencia para los sentidos
del olfato y la vista. El bazar de las Especias, con sus mixtura de aromas,
provoca, al combinarlo con la visón de colores de los productos expuestos, en
el visitante o comprador, que este se traslade a paraísos lejanos, a recuerdos
y sensaciones antiguas o de hace un momento. De sabores y olores queridos y
cercanos. De placeres espirituales o carnales.
El Gran Bazar, autentica “gran superficie” de antaño (hipermercado), ofrece
un variado muestrario de la maestría comercial de estas gentes. La presentación
de lo que se pretende endosar al visitante, es, un autentica competición de
escaparaterismo. Los hombres, apostados en cada puesto, ofrecen, insisten en todos los idiomas del planeta,
descubriendo, con su mirada aguda y comercial, la nacionalidad y el idioma del
turista. Este, el visitante, sorprendido y alagado por esa deferencia, pica, se
acerca y ya esta. Cazado.
-
Pruebe
esto señor. Mejor que en el Corte Ingles.
-
No compramos en el Corte Ingles.
-
Yo tampoco vendo en el Corte Ingles.-Contesta el
avispado comerciante del Gran Bazar.
-
¿Un té, señor?.
La amabilidad es extrema, casi ridícula. A veces, hasta
burlesca. Todo por una venta. Pequeña, grande, cara o barata. El visitante,
según su labia y cara, se entrega al regateo, al “quien da menos”. Y el
visitante, habiendo llegado a un precio
de acuerdo, se queda con el regusto de que ha perdido la partida. Que el
zalamero comerciante le endosó algo que no le hacia falta, no le gustaba o
simplemente no es lo que el había visto.
Las alfombras, bolsos, ropa, joyas, dulces, verduras,
baratijas, recuerdos … en cuatro mil
tiendecitas, con un numero indeterminado
de “dependientes” cada una, hacen que, aun sin visitantes y compradores se
tenga la impresión de actividad comercial.
Reponer fuerzas en un restaurante,¡ ojo!, no es apto para
remilgados. Cocina turca y mal esta que venga Ud. con otra pretensión. Al
final, aunque pida, si tienen, una hamburguesa, va a ser una hamburguesa turca.
Nada que ver con su gusto europeo refinado y finolis. Cordero, pollo, patata,
todo, condimentado con aquellas especias que sentimos en el bazar.
Y Topkapi. El palacio, balcón al Bósforo. Residencia de
sultanes, visires, concubinas …. el harén.
Las mil una historias.
Istambul, 4 de abril de 2012
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