«Gracias a la libertad de expresión hoy es posible decir que un gobernante es un inútil, sin que nos pase nada. Al gobernante tampoco».

Jaume Perich (1941-1995). Escritor y humorista

miércoles, 4 de abril de 2012

Los Minaretes (3)


Mirando hacia el mar de Mármara, desde el punto en que me encuentro, veo puntiagudos minaretes. Entre ellos hay una competición. Entre los promotores de las mezquitas había una competición. Quien ganaba más altura y grandeza.

Santa Sofía, la mezquita Azul, la de Beyacit, de Solimán el Magnifico, Mahmutpasa … y más.  Todas ellas en la Istanbul  europea, contrastando con la Estambul  que en el otro lado del Cuerno de Oro, solo puede oponer una torre, la Torre Gálata, pero que a cambio ofrece la modernidad y los gustos occidentales.

Es una experiencia única la entrada a las mezquitas, con el ritual de descalzarse, pisar el recito, donde la alfombra es el suelo. La ensoñación de colores en miles de combinaciones de azulejos, brillantes,  por la luz que entra por la infinidad de ventanas, con vidrios de colores. La imponencia de las cúpulas. Una experiencia única, el silencio y el respeto que impone el espacio, chocante para un cristiano, por la ausencia de imágenes o  pinturas de personajes.

Una experiencia el rezo de los almuecines, que sincronizados, y desde los altavoces de los minaretes, esparcen su voz por el espacio de la Estambul, ruidosa y agitada.

Las mezquitas, que para su financiación tenían asociado un mercado (bazares), estos  provocan  una autentica experiencia para los sentidos del olfato y la vista. El bazar de las Especias, con sus mixtura de aromas, provoca, al combinarlo con la visón de colores de los productos expuestos, en el visitante o comprador, que este se traslade a paraísos lejanos, a recuerdos y sensaciones antiguas o de hace un momento. De sabores y olores queridos y cercanos. De placeres espirituales o carnales. 

El Gran Bazar, autentica “gran  superficie” de antaño (hipermercado), ofrece un variado muestrario de la maestría comercial de estas gentes. La presentación de lo que se pretende endosar al visitante, es, un autentica competición de escaparaterismo. Los hombres, apostados en cada puesto, ofrecen, insisten  en todos los idiomas del planeta, descubriendo, con su mirada aguda y comercial, la nacionalidad y el idioma del turista. Este, el visitante, sorprendido y alagado por esa deferencia, pica, se acerca y ya esta. Cazado.


        -           Pruebe esto señor. Mejor que en el Corte Ingles.
        -          No compramos en el Corte Ingles.
        -          Yo tampoco vendo en el Corte Ingles.-Contesta el avispado comerciante del Gran Bazar.
        -          ¿Un té, señor?.

La amabilidad es extrema, casi ridícula. A veces, hasta burlesca. Todo por una venta. Pequeña, grande, cara o barata. El visitante, según su labia y cara, se entrega al regateo, al “quien da menos”. Y el visitante, habiendo llegado  a un precio de acuerdo, se queda con el regusto de que ha perdido la partida. Que el zalamero comerciante le endosó algo que no le hacia falta, no le gustaba o simplemente no es lo que el había visto.

Las alfombras, bolsos, ropa, joyas, dulces, verduras, baratijas, recuerdos  … en cuatro mil tiendecitas,  con un numero indeterminado de “dependientes” cada una, hacen que, aun sin visitantes y compradores se tenga la impresión de actividad comercial. 

Reponer fuerzas en un restaurante,¡ ojo!, no es apto para remilgados. Cocina turca y mal esta que venga Ud. con otra pretensión. Al final, aunque pida, si tienen, una hamburguesa, va a ser una hamburguesa turca. Nada que ver con su gusto europeo refinado y finolis. Cordero, pollo, patata, todo, condimentado con aquellas especias que sentimos en el bazar. 

Y Topkapi. El palacio, balcón al Bósforo. Residencia de sultanes, visires, concubinas …. el harén.

Las mil una historias. 

Istambul, 4 de abril de 2012

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