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Y ecológicos.- Contesto yo, acompañando la
afirmación con una mueca de duda.
Hace años, las hortalizas producidas durante los meses de
agosto y septiembre, constituía una parte importante de la dieta del verano. El
campesino se alimenta de lo que produce.
Nosotros en Canoret éramos campesinos y recolectábamos la producción de hortalizas que mi padre
había plantado a partir de un
semillero.
Cada año, y para renovar los viejos almendros y alinearlos
eficientemente, se arrancaban lo que parecían ya unas viejas calaveras de
huesos carcomidos. Se troceaban y se acumulaban para el posterior transporte, y calentar
el invierno.
El bancal se roturaba con el mayor tractor de la población,
el del Catalá, que con su gran arada
removía la tierra. El propósito era
levantar la capa superior del suelo, de manera que subieran a la superficie los
nutrientes enterrados, enterrando las malas hierbes y los restos orgánicos
existentes en la superficie. Se aireaba la tierra y mantenía la humedad. Y así, con esas grandes y profundas heridas se
mantenía durante meses.
Despues de meses de solana y lluvia, esas grandes y profundas heridas, que a veces tenían una masa de tierra más dura, algunas eran de considerable tamaño. los "tarrossos", se disolvían como azucarillos..
Al pasar el retovato el bancal quedaba plano. Quedaba como una hoja de papel lista para escribir o dibujar. Si llovía, la tierra se asentaba y surgía el ravenell, si no, la tierra quedaba como un polvo blando, donde al caminar se hundían los pies y se llenaban de tierra el calzado. A veces parecían tierras movedizas, hundidos hasta las rodillas. Era como caminar por la arena del mar, pero sin mar a la vista.
De algún amigo o de algún
ganadero se conseguía el abono, estiércol animal, de más o menos concentración
y calidad. Se marcaban con cañas los
puntos donde se iba a sembrar o plantar las distintas variedades de hortalizas.
Midiendo las distancias, a fin de que quedaran equidistantes y dieran un efecto
de orden. Se “clotaban” y mezclaba una cantidad apropiada de estiércol en cada
uno.
Desde el semillero o “in situ”, en cada “clot” marcado
con una caña, se plantaba o sembraba la tomatera, melón, sandía, cebolla,
berenjena, pimiento, y poco más. Era lo
susceptible de progresar con la única agua que contenía la frescura de la
tierra de secano.
La liebre de cada año hacia sus visitas y degollaba los
tiernos brotes. Y vuelta sembrar o plantar.
Un buen año de lluvias y de clima sostenido, podía
conllevar una producción, a veces, exagerada. Otros años podían ser de
producción enana y miniaturista.
La producción de tomates era la que más trabajo nos daba.
Como para ensaladas y cocinar se consumía una mínima parte, había que
embotellar los tomates. Para ello se usaban botellas de boca y cuello estrecho.
Aun no existían las de zumo actuales de boca más grande. El troceado de los
tomates se embutía penosamente y para
comprimir bien dentro de la botella el producto, evitando bolsas de aire, se
golpeaba la base de la botella sobre una zapatilla.
El cierre, antes de la aparición de las botellas de zumo
de boca ancha, se hacía con tapones de corcho y con un artesanal y bien sujeto
atado con “fil d´empalomar”, había que evitar escapes hacia fuera o entrada de
aire.
El proceso era lento, pringoso, molesto por las moscas, y
con pérdidas por fallos en el proceso de
cocción en los hornos caseros, al baño de María o unos polvos de dudosa
calidad sanitaria.
Ese tomate embotellado, se consumía en el invierno, con
aceite de oliva, sal, solo o con una anchoa
era un manjar de reyes.
Las sorpresas estaban en las exageradas sandias que se
producían algunos años. Melonas de 5 o 6 kg. Había que consumirlas pronto o se
vaciaban por dentro.
El melón tradicional, melón de todo el año, tenía mil
variedades en la tonalidad de la piel.
El dulzor y las dimensiones tenían su importancia y se correspondían con
las tonalidades. En los años de superproducción
los melones se colgaban del techo o se guardaban bajo de las camas. En
Navidad aun estábamos comiéndolos de
postre. Era ocasión de chanzas la
recogida de las pepitas para guardar de simiente, cuando un melón
destacaba.
El clima ha cambiado. Para ver un bancal como el de
aquellos tiempos, ya resulta difícil. La producción con la etiqueta “del
terreno”, pasa por ser una producción de secano, y pocos son los productores
que se atreven a la producción de hortalizas y dedicar tiempo y dinero para
producir tomates sin un mínimo de agua. Por eso, la producción con goteo u otro
cualquier invento casero de variados e ingeniosos montajes es un hecho. Por lo
tanto las satisfacciones en la producción pasan por el consumo de agua.
Entonces, los tomates no son del terreno, sería más
propio calificarlas cómo de producción propia.
Los del terreno son los que crecen y se producen con el
frescor y la humedad de la tierra, con los riesgos correspondientes. Esos si
son del terreno.
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