«Gracias a la libertad de expresión hoy es posible decir que un gobernante es un inútil, sin que nos pase nada. Al gobernante tampoco».

Jaume Perich (1941-1995). Escritor y humorista

jueves, 5 de noviembre de 2015

Del terreno.



-         Estos tomates son del terreno.- Me dice Nana.
        
-         -    Y ecológicos.- Contesto yo, acompañando la afirmación con una mueca de duda.

Hace años, las hortalizas producidas durante los meses de agosto y septiembre, constituía una parte importante de la dieta del verano. El campesino  se alimenta de lo que produce. Nosotros en Canoret éramos campesinos y recolectábamos  la producción de hortalizas que mi padre había plantado  a partir de un semillero. 

Cada año, y para renovar los viejos almendros y alinearlos eficientemente, se arrancaban lo que parecían ya unas viejas calaveras de huesos carcomidos. Se troceaban y se acumulaban para el posterior transporte, y calentar el invierno.

El bancal se roturaba con el mayor tractor de la población, el del Catalá,  que con su gran arada removía la tierra.  El propósito era levantar la capa superior del suelo, de manera que subieran a la superficie los nutrientes enterrados, enterrando las malas hierbes y los restos orgánicos existentes en la superficie. Se aireaba la tierra  y mantenía la humedad.  Y así, con esas grandes y profundas heridas se mantenía durante meses.

Despues de meses de solana y lluvia, esas grandes y profundas heridas, que a veces tenían una masa de tierra más dura, algunas eran de considerable tamaño. los "tarrossos", se disolvían como azucarillos..

 

Al pasar el retovato el bancal quedaba plano.  Quedaba como una  hoja de papel lista para escribir o dibujar. Si llovía, la tierra se asentaba y surgía el ravenell, si no, la tierra quedaba como un polvo blando, donde al caminar se hundían los pies y se llenaban de tierra el calzado.  A veces parecían tierras movedizas, hundidos hasta las rodillas. Era como caminar por la arena del mar, pero sin mar a la vista.

De algún amigo o de algún ganadero se conseguía el abono,  estiércol animal, de más o menos concentración y calidad.  Se marcaban con cañas los puntos donde se iba a sembrar o plantar las distintas variedades de hortalizas. Midiendo las distancias, a fin de que quedaran equidistantes y dieran un efecto de orden. Se “clotaban” y mezclaba una cantidad apropiada de estiércol en cada uno.

Desde el semillero o “in situ”, en cada “clot” marcado con una caña, se plantaba o sembraba la tomatera, melón, sandía, cebolla, berenjena, pimiento,  y poco más. Era lo susceptible de progresar con la única agua que contenía la frescura de la tierra de secano.
La liebre de cada año hacia sus visitas y degollaba los tiernos brotes. Y vuelta sembrar o plantar. 

Un buen año de lluvias y de clima sostenido, podía conllevar una producción, a veces, exagerada. Otros años podían ser de producción enana y miniaturista.

La producción de tomates era la que más trabajo nos daba. Como para ensaladas y cocinar se consumía una mínima parte, había que embotellar los tomates. Para ello se usaban botellas de boca y cuello estrecho. Aun no existían las de zumo actuales de boca más grande. El troceado de los tomates se embutía penosamente  y para comprimir bien dentro de la botella el producto, evitando bolsas de aire, se golpeaba la base de la botella sobre una zapatilla.

El cierre, antes de la aparición de las botellas de zumo de boca ancha, se hacía con tapones de corcho y con un artesanal y bien sujeto atado con “fil d´empalomar”, había que evitar escapes hacia fuera o entrada de aire.

El proceso era lento, pringoso, molesto por las moscas, y con pérdidas  por fallos en el proceso de cocción en los hornos caseros, al baño de María o unos polvos de dudosa calidad  sanitaria.

Ese tomate embotellado, se consumía en el invierno, con aceite de oliva, sal, solo o con una anchoa  era un manjar de reyes.

Las sorpresas estaban en las exageradas sandias que se producían algunos años. Melonas de 5 o 6 kg. Había que consumirlas pronto o se vaciaban por dentro.

El melón tradicional, melón de todo el año, tenía mil variedades en la tonalidad de la piel.  El dulzor y las dimensiones tenían su importancia y se correspondían con las tonalidades. En los años de superproducción  los melones se colgaban del techo o se guardaban bajo de las camas. En Navidad aun estábamos comiéndolos  de postre.  Era ocasión de chanzas la recogida de las pepitas para guardar de simiente, cuando un melón destacaba.

El clima ha cambiado. Para ver un bancal como el de aquellos tiempos, ya resulta difícil. La producción con la etiqueta “del terreno”, pasa por ser una producción de secano, y pocos son los productores que se atreven a la producción de hortalizas y dedicar tiempo y dinero para producir tomates sin un mínimo de agua. Por eso, la producción con goteo u otro cualquier invento casero de variados e ingeniosos montajes es un hecho. Por lo tanto las satisfacciones en la producción pasan por el consumo de agua.

Entonces, los tomates no son del terreno, sería más propio calificarlas cómo de producción propia. 

Los del terreno son los que crecen y se producen con el frescor y la humedad de la tierra, con los riesgos correspondientes. Esos si son del terreno.

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