«Gracias a la libertad de expresión hoy es posible decir que un gobernante es un inútil, sin que nos pase nada. Al gobernante tampoco».

Jaume Perich (1941-1995). Escritor y humorista

viernes, 19 de octubre de 2012

La piedra



Cuenca - Casas Colgantes

La semana de festivos, el  9 de octubre, fiesta nacional del País Valenciano y el 12 de octubre, fiesta nacional de España, la visita a dos puntos de la geografía peninsular, con el denominador común, piedra y turismo, me han hecho reflexionar sobre la trascendencia de nuestras acciones, y las consecuencias en  la historia humana del  planeta.

El primer punto visitado, en realidad son dos,  Cuenca, ciudad asentada sobre una gran roca, hasta el punto de tener sus casas colgantes,  y la Ciudad Encantada, verdadera exposición del efecto de los elementos a lo largo de los siglos sobre la rocas calizas. 

Playa de Peñiscola
El otro punto, Peñiscola, peñasco rocoso situado dentro del mar y unido por un istmo de arena. En esa singular formación, se asienta la población y  un castillo templario de piedra caliza, que además de otros sucedidos relevantes,  tuvo dos Papas como inquilinos. 

Las rocas de Cuenca sostienen dos ciudades. Una real, asentada sobe el empinado lomo de la roca, que ha sido recortada por los cauces de los ríos que la rodean. La otra encantada e imaginaria, donde los fenómenos del aire y el agua se han empleado a fondo y han moldeado curiosas formaciones, las cuales parece que ya son así desde principio de los tiempos.

Peñiscola - Castillo
La roca de Peñiscola  sostenía el Cisma de Occidente,   consistente, entre otras, en l existencia simultánea de dos Papas en el catolicismo. Uno de ellos fue Pedro Martínez de Luna,  el Papa Luna,  que se autoexilió a Peñíscola, asentando allí la sede pontificia y convirtiendo su castillo en palacio y biblioteca pontificia tanto para él como para su sucesor, Clemente VIII.

Y decimos, es “duro como una roca”, porque nos parece que  va ha resistir y durar infinito.
Cuenca - Ciudad Encantada
Pero, la roca no resiste al paso de los tiempos. Nuestros ojos no aprecian los cambios, por lo lentos y precisos que son los dos escultores de la naturaleza: el agua y el aire.  Todo, todo pasa, se transforma, adquiere otras dimensiones. En fin, nada es infinito.

Para homenajear algún “héroe” o prócer, se esculpían estatuas y lapidas conmemorativas, todo ello con el fin de que quedara constancia, por siempre, del hecho y su personaje. Sobre todo, desde siempre, el mandamás, sin que se note, manda hacer recuerdos de su paso fecundo por el señorío que “administró”. No iba a instalarse una estatua de un gran escritor y él quedar en el anonimato. No.
Pero por suerte el tiempo también borra el recuerdo de estos pretenciosos. Aunque lo graben o esculpan en bronce o cualquier metal, previendo que la piedra puede durar poco para la ingente obra realizada bajo su mandato.

Al teniente alcalde si no lo ponen ....
Saben, cuando veo una lapida o un recuerdo de una  inauguración, no suelo leer lo que allí se escribe, siempre será lo mismo: “Bajo mi mandato y por mi impulso, se realizo esta obra (o la “chuminadita” que sea)”. 

Me recuerdan estos  monumentos, lapidas, etc. de auto-homenaje,  a las atroces poesías y notas obscenas,  que algunos bárbaros escribían tras las puertas para  dejar constancia de haber estado en el escusado público, donde iban a descargar su cuerpo.

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