Cuenca - Casas Colgantes |
La semana de festivos, el 9 de octubre, fiesta nacional del País
Valenciano y el 12 de octubre, fiesta nacional de España, la visita a dos
puntos de la geografía peninsular, con el denominador común, piedra y turismo,
me han hecho reflexionar sobre la trascendencia de nuestras acciones, y las
consecuencias en la historia humana
del planeta.
El primer punto visitado, en realidad son dos, Cuenca, ciudad asentada sobre una gran roca,
hasta el punto de tener sus casas colgantes, y la Ciudad Encantada, verdadera exposición
del efecto de los elementos a lo largo de los siglos sobre la rocas calizas.
Playa de Peñiscola |
El otro punto, Peñiscola, peñasco rocoso
situado dentro del mar y unido por un istmo de arena. En esa singular
formación, se asienta la población y un
castillo templario de piedra caliza, que además de otros sucedidos relevantes, tuvo dos Papas como inquilinos.
Las rocas de Cuenca sostienen dos ciudades. Una real,
asentada sobe el empinado lomo de la roca, que ha sido recortada por los cauces
de los ríos que la rodean. La otra encantada e imaginaria, donde los fenómenos
del aire y el agua se han empleado a fondo y han moldeado curiosas formaciones,
las cuales parece que ya son así desde principio de los tiempos.
Peñiscola - Castillo |
La roca de Peñiscola sostenía
el Cisma de Occidente, consistente, entre otras, en l existencia
simultánea de dos Papas en el catolicismo. Uno de ellos fue Pedro Martínez de
Luna, el Papa Luna, que se autoexilió a Peñíscola, asentando allí
la sede pontificia y convirtiendo su castillo en palacio y biblioteca pontificia
tanto para él como para su sucesor, Clemente VIII.
Y decimos, es “duro como una roca”,
porque nos parece que va ha resistir y
durar infinito.
Cuenca - Ciudad Encantada |
Pero, la roca no resiste al paso de
los tiempos. Nuestros ojos no aprecian los cambios, por lo lentos y precisos
que son los dos escultores de la naturaleza: el agua y el aire. Todo, todo pasa, se transforma, adquiere
otras dimensiones. En fin, nada es infinito.
Para homenajear algún “héroe” o prócer,
se esculpían estatuas y lapidas conmemorativas, todo ello con el fin de que
quedara constancia, por siempre, del hecho y su personaje. Sobre todo, desde
siempre, el mandamás, sin que se note, manda hacer recuerdos de su paso fecundo
por el señorío que “administró”. No iba a instalarse una estatua de un gran
escritor y él quedar en el anonimato. No.
Pero por suerte el tiempo también
borra el recuerdo de estos pretenciosos. Aunque lo graben o esculpan en bronce
o cualquier metal, previendo que la piedra puede durar poco para la ingente
obra realizada bajo su mandato.
Al teniente alcalde si no lo ponen .... |
Saben, cuando veo una lapida o un
recuerdo de una inauguración, no suelo
leer lo que allí se escribe, siempre será lo mismo: “Bajo mi mandato y por mi
impulso, se realizo esta obra (o la “chuminadita” que sea)”.
Me recuerdan estos monumentos, lapidas, etc. de auto-homenaje, a las atroces poesías y notas obscenas, que algunos bárbaros escribían tras las puertas
para dejar constancia de haber estado en
el escusado público, donde iban a descargar su cuerpo.
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