«Gracias a la libertad de expresión hoy es posible decir que un gobernante es un inútil, sin que nos pase nada. Al gobernante tampoco».

Jaume Perich (1941-1995). Escritor y humorista

martes, 9 de junio de 2015

TREINTA Y NUEVE. La EP y YO . Una historia con Parkinson.

La increíble y sorprendente historia del poderoso ex presidente de Comcel que terminó viviendo en la pobreza.
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 Como presidente de Comcel, a Adrián Hernández le correspondió poner en marcha la operación tecnológica más avanzada en su momento en las telecomunicaciones colombianas, la telefonía 3G. Foto: Guillermo Torres




En la noche del 31 de enero de 2008, Adrián Hernández destapaba una botella de Jack Daniel's, su bebida favorita, mientras despachaba un banquete pantagruélico que ordenó al restaurante de su amigo Harry Sasson y celebraba con el círculo más íntimo lo que había ocurrido pocas horas antes. Comcel, la compañía de la que él era presidente, puso en marcha ese día la operación tecnológica más avanzada en su momento en las telecomunicaciones colombianas, la telefonía 3G, y él se había encargado de anunciarlo al país. Fue la hora de mayor gloria en la carrera exitosa de un hombre de origen humilde que comenzó como albañil y llegó a ser uno de los generales más destacados en las tropas del hombre más rico del mundo, Carlos Slim. Estaba a la cabeza de la segunda empresa privada más grande de Colombia, que facturaba cerca de 6 billones de pesos al año y era el anunciante más grande del país. Tenía 23 millones de clientes, más del 60 por ciento del mercado.

Gracias a su ingenio, habilidad para los negocios y su visión, Adrián Hernández, en cuestión de unos pocos años, convirtió a Comcel en la segunda empresa más poderosa de Colombia (después de Ecopetrol), era uno de los ejecutivos mejor pagados y podía hablar con el presidente de la República cuando quería. Su afición por el whisky, los perfumes, las mujeres y los hoteles de lujo era la recompensa justa para tantos años de dura batalla contra las adversidades que su origen humilde había puesto en el camino. Nada hacía pensar, aquella noche de celebración en el norte de Bogotá, que días tan oscuros y sórdidos le esperaban más adelante, y que terminaría con una cuchilla de afeitar en la mano, listo para cortarse las venas en una pensión de la calle 26.

El ejecutivo que masificó la telefonía móvil, que llevó teléfonos celulares hasta remotos rincones en donde jamás había llegado el teléfono fijo, que le ayudó al multimillonario Slim a construir su imperio global y que coleccionaba relojes Rolex terminó pidiendo dinero para comer, postrado por una terrible enfermedad y olvidado para siempre por sus amigos y familia. ¿Cómo pudo ocurrir todo aquello?

El mexicano Adrián Hernández nació en Delicias, en el estado de Chihuahua, en donde se come carne seca y se preparan los burritos más prestigiosos de todo México. Hijo de un albañil y nieto de un soldado que combatió junto a Pancho Villa, Adrián creció en la pobreza y en ella forjó su olfato para los negocios. De niño conseguía juguetes viejos, los pintaba y colocaba en el centro de aros de alambre, y cobraba a sus amigos por dispararles pelotas de trapo para derribarlos. “A los ocho años yo era el único niño con crédito en la tienda del barrio”, recuerda. Vendía paletas, alquilaba revistas de cómics y ayudaba a su padre en la construcción; y encima obtenía las mejores notas en la escuela. Y así como abrigaba desde entonces sueños de negocios y prosperidad, había espacio también en su cabeza para leer, desde La Odisea y El principito, hasta las biografías de Napoléon, Tito y Stalin, de cuya sabiduría estratégica exprimió lecciones que le serían útiles años después.

Sin abandonar el trabajo en la construcción, junto a su padre, Adrián fue a la Universidad Autónoma de Chihuahua y se graduó como contador público y a partir de allí todo comenzó a ir mejor. Obtuvo empleo en una empresa local, el primero en el que no tenía que vérselas con cemento, ladrillos y sujetos rudos y pendencieros. Después trabajó como profesional independiente, llevando la contabilidad de pequeñas empresas, hasta que alguien le abrió una puerta que lo llevaría lejos. Fue reclutado para trabajar en el área administrativa de una compañía apenas en pañales, Telcel, cuando Carlos Slim hacía los pinitos en el negocio que lo convertiría años después en el número uno de la lista Forbes. Allí estaba destinado a permanecer tranquilo en su pequeño escritorio del área administrativa, pero Adrián podía hacer más que eso; y lo hizo.

La oportunidad llegó cuando, por razones accidentales, ni su jefe ni el jefe de su jefe pudieron atender una cita con los directivos de más alto nivel, y el joven Hernández se vio sentado en una enorme sala de juntas, rodeado de yuppies que habían estudiado en Stanford y Harvard, vestían Armani y apestaban a arrogancia. Era inevitable sentirse un ‘patito feo’ en medio de tantos dandis, pero en ese punto se vio quién era Adrián Hernández. Estuvo en desacuerdo con casi todo y expresó sus opiniones sin titubear. Su franqueza valiente, sus ideas audaces y su irreverencia llamaron la atención del señor de bigote que presidía la reunión, el gran Carlos Slim, quien lo encontró ideal para abrir trocha en sus planes de expansión por el continente. Y lo envió a Guatemala, a dirigir la primera operación de América Móvil por fuera de territorio mexicano. En Guatemala hizo maravillas con pocos recursos, porque está en el ADN de Slim invertir poco y ganar bastante. Y mostró a América Móvil que era factible conquistar las telecomunicaciones latinoamericanas.

En octubre de 2001 llegó a Bogotá, para hacerse cargo de la recién adquirida Comcel, que América Móvil compró a Bell Canada. Recibió una empresa con números en rojo y con una penetración del mercado del 6 por ciento, y en pocos años la convirtió en el operador dominante, en la segunda empresa más grande de Colombia por rentabilidad y en la compañía emblemática de las comunicaciones celulares en el país. Para lograrlo debió prácticamente reinventar la empresa; implementó procesos, modernizó infraestructuras, revolcó las prácticas corporativas y, especialmente, construyó una red de distribuidores poderosa que le ayudó en la vertiginosa expansión en el mercado colombiano.

                                                                  La caída

Tras dos décadas y media en las filas de Slim, Adrián Hernández, que siempre se reconoció como un ‘patito negro’, por raza y origen social, había llegado lejos y tenía por debajo suyo a varios ‘patitos amarillos’ como él llama a ejecutivos de alcurnia y apellido. Tantos años de férrea carrera por el ascenso le habían dejado algunos enemigos poderosos y cuando gozaba de los placeres del éxito y le embriagaba el poder, le llegó su hora. El 24 de agosto de 2009 se le notificó su despido de América Móvil. Unas horas antes había estallado un escándalo mediático, en el que se le involucró con operaciones de negocios que afectaban a la compañía.

La red de distribuidores que él promovió y que fue la espada más poderosa para el crecimiento de Comcel, se convirtió en su talón de Aquiles. Le acusaron de beneficiarse de ella, aunque él insiste en que le cobraron no haber manejado a los distribuidores como la empresa quería. Tuvo fuertes contradicciones con Daniel Hajj, nada menos que presidente de América Móvil y yerno de Carlos Slim, y ese día se vio ante dos alternativas: pelear contra la familia más poderosa del planeta o aceptar una atractiva propuesta de liquidación y hacerse a un lado.

Optó por lo segundo. Masticando el duro golpe, trató de sanar el orgullo herido y emprendió con su esposa un viaje alrededor del mundo, mientras pasaba el periodo de cuatro años en que no podría volver al sector de telecomunicaciones, según el acuerdo de retiro que había firmado. Hasta que una mañana, desayunando en el Ritz en París, notó ese temblor en sus dos manos y una rigidez inusual en la pierna derecha. El delicioso hotel Ritz le sirvió en la mesa el primer anuncio de que sus verdaderas desgracias en la vida estaban apenas por comenzar.

El párkinson lo postró en cama por año y medio. El dinero se acabó, la esposa y los hijos lo abandonaron, los amigos que descorchaban con él botellas de vino en las fiestas le dieron la espalda y su vida dio un giro espectacular hacia la pobreza y la ruina moral. El peso de sus constantes infidelidades, que la esposa soportó con estoicismo por años, hizo que el matrimonio colapsara. Un acuerdo de divorcio le arrancó lo poco que le quedaba y él, sumido en la depresión, no quiso pelear. El hombre que se fajaba con cualquiera en las calles de Delicias en sus años de adolescencia; el mismo que aceptó sin titubear cualquier reto de negocios que Carlos Slim le encargó; el que jamás lloró ni se quejó, ni siquiera cuando recibía algún castigo en la niñez, ya no tenía fuerzas para combatir.

Pasó encerrado en su habitación el periodo más duro del párkinson, todavía bajo el mismo techo con su esposa e hijos, pero sometido, según recuerda, a un verdadero ‘matoneo’ familiar. Le quitaron sus cuentas bancarias, nadie le dirigía la palabra y sus días transcurrían en silencio frente al televisor. La esposa fue implacable; vendió su colección de corbatas y un día le pidió que abandonara la casa.

Durmió en donde pudo, deambuló de sitio en sitio y conoció personalmente la ingratitud humana. Un antiguo compañero de trabajo, a quien Adrián le cedió años atrás su bono navideño para ayudarle a pagar una costosa cirugía, se negó a tenderle la mano.

Empeñó sus relojes de lujo y sus palos de golf, pero todo aquello apenas le permitió mantenerse unos cuantos meses y terminó viviendo en una muy modesta pensión en un barrio pobre de Bogotá hasta verse en la penosa necesidad de pedir dinero para comer. Adrián Hernández caminaba muy difícilmente apoyado en un bastón, el cuerpo tembloroso y el bolsillo absolutamente vacío. La mayoría de sus amigos se negaban a recibirlo mientras los distribuidores de teléfonos móviles que él ayudó a enriquecer con las franquicias de Comcel se hicieron los de la vista gorda. Sin familia ni casi amigos, Adrián añoraba los días en Delicias, cuando corría tras una pelota de goma y cazaba chapulines, y se sentaba a la mesa con sus hermanos en la noche.

                                                                   La salvación




La vida no tenía sentido. En el último año fallecieron dos de sus seres más queridos; su padre y su hermana, cuyas ausencias solo sumaban más dolor a la tragedia que carga encima desde la muerte de uno de sus hijos en un accidente de tránsito. No había manera de regresar y el cuerpo pedía a gritos un descanso definitivo. Y Adrián decidió entonces ponerle fin a su aventura en este planeta. Consiguió una navaja y se sentó en la ducha, listo para hacer su movida más trágica. Pero, como buen sibarita, decidió darle una última oportunidad a su espíritu apasionado. Y en la noche de aquel día le fue enviada la salvación: con 54 años, muy enfermo y muy pobre, había pocas posibilidades de que una mujer joven y sexy se fijara en él. Pero, como tantas otras cosas asombrosas, ocurrió. Una mujer que se atravesó en su camino lo enamoró perdidamente y le devolvió las ganas de vivir. Alguien se había acordado de él y le enviaba bendiciones increíbles. Un viejo conocido le encargó un trabajo de cabildeo por unos cuantos pesos, y alguien más le ayudó con alguna otra cosa. Y así pequeñas puertas empezaron a abrirse de un modo milagroso, hasta que, para darle un final feliz a su historia, fue informado que unas viejas acciones que había adquirido con el dinero de la liquidación que recibió al salir de Comcel estaban disponibles finalmente, después de muchas trabas legales ajenas a su voluntad.

El párkinson está más o menos bajo control, pero los medicamentos le causaron un sobrepeso excepcional. Llegó a pesar 150 kilos, camina y respira con suma dificultad, apoyado en un bastón y vive todavía muy modestamente. Tiene planes de emprendimientos pequeños –nada en telecomunicaciones, por supuesto–, y quiere una nueva familia al lado de la mujer que adora. “Soy una persona que se equivocó, alguien que erró el camino; pero encontré después la felicidad en las cosas sencillas”, sostiene. Ya no añora sus noches en el Ritz, ni sus relojes; ni quiere vivir en el norte de Bogotá. Está convencido que Dios le dio una segunda oportunidad y no piensa echarla a perder. El hombre que creyó que la felicidad estaba en la fortuna, en la fama y en las fiestas con mucho whisky planea hoy vivir en una pequeña casa de campo, y preparar buena comida los domingos para reunir a su familia. Hoy es un hombre renovado. “Mi concepto de grandeza y felicidad ha cambiado. Tener conocimiento de negocios no me hace grande. Tener dinero no me hace grande. Ahora quiero tener una buena relación con Dios, una relación fuerte con mi pareja y llevar una vida sencilla”, dice Adrián Hernández. Sin duda, se sale siendo otro, después de semejante odisea.

jueves, 4 de junio de 2015

VIOLENCIA Y PSICOPATÍA

Mi sobrino y ahijado Noe Ibañez Torres, me participa un trabajo de Criminologia Aplicada, el cual además de agradarle a su profesor, nos ha encantado a su padre y a mi. Recomiendo su lectura, con un lenguage claro y entendible, nos deja pensando con cuantos psicopatas convivimos cada dia sin saberlo. Y me llamó la atención un apunte sobre los politicos y sus marulllerias.

VIOLENCIA Y PSICOPATÍA

Por Noe Ibañez Torres

En el momento de tratar el tema de la psicopatía en el ámbito de la criminología, me surgen muchas inquietudes sobre la relación con la violencia.
En ámbito de la psicología criminal contamos con especialistas como Hare o Cleckey que han dedicado su vida a entrar dentro de la mente y entender a los psicópatas más peligrosos. Estos  consideran a los psicópatas como gente que carece de emociones resultándole imposible situarse en el lugar de otra persona de manera que no puede imaginarse su sufrimiento, ni sentir pena ni remordimientos.

El Vampiro de Londres
Según los psicólogos los individuos dotados de la capacidad de sentirse impunes  moralmente de realizar actos terribles para los demás seres humanos, son capaces de lo peor usando a las personas como objetos, como medios para conseguir sus fines y  placeres sin importar nada más que su satisfacción personal.

Como dicen las predicciones de Robert Hare he sugerido que, quizá, el 1% de la población general es psicópata, y el 15% de los reclusos” (Redes_436, Robert Hare) dicen que alrededor de un uno por ciento de la población padece psicopatía, un dato muy elevado que nos hace pensar que nos cruzamos a diario con psicópatas sin tan siquiera saberlo.

En su entrevista con Eduard Punset, cuando expone sus ideas dice: “Si alguien nace y se cría en una familia que valora las actitudes delictivas, hurta y roba y hace cosas malas, un psicópata será un buen alumno: aprende muy rápido, y probablemente acabe en la cárcel. Si naces en una familia distinta, una familia de abogados, médicos… sabes cómo vestir, cómo hablar, vas a las mejores escuelas […] entonces probablemente acabes en otro sitio… podría ser la política, o el derecho. Podría ser cualquier profesión en la que, gracias a tu posición, puedas ejercer poder y controlar a los demás.” (Redes_436, Robert Hare).

El Payaso Pogo
Incluso un comportamiento psicopático puede ser beneficioso para este tipo de posiciones sociales ya que las objeciones morales no son un obstáculo para sus metas y fines que es capaz de premeditar inteligentemente en sociedades capitalistas en las que las oportunidades están presentes mejor que en ningún lado.

Una vez aclarado superficialmente el peligro que suponen los psicópatas en la sociedad y lo diferentes y anormales que consideramos a los psicópatas de nosotros mismos, expondré una serie de ideas e inquietudes que me hacen dudar sobre el pensamiento establecido que tenemos sobre los psicópatas y la posibilidad de considerar que estos individuos que consideramos enfermos no son tan diferentes a nosotros, es decir, pensar que la línea entre la psicopatía  y la normalidad es muy fina, que los valores asimilados, las creencias y la educación, los fanatismos y la lealtad vertical eliminan la diferencia entre psicopatía y normalidad.

Al decir esto no quiero decir ni mucho menos que todos los humanos seamos psicópatas, de hecho muchísimos individuos seriamos incapaces de realizar ciertas actividades por parecernos horrendas y sentirnos incapaces de hacer mal.


El Canibal de Guerrero
Hay individuos más predispuestos que otros para cometer el mal, hay individuos que nacen con problemas mentales que les impiden racionalizar sus actos y son capaces y tentados por realizar actos crueles para el resto. Pero a pesar de todo esto, muchas culturas al ser educadas de cierta manera, pueden estar más predispuestas a la violencia como pueden ser las tribus caníbales, culturas que permiten el uso en forma de objeto de la mujer, entre otras. 

Es más, aparte de las culturas hay gente que ha sido criada con valores diferentes e insensibilizada por diferentes motivos desde muy temprano (ej.: niños soldado), de manera que en su adultez son capaces de cometer asesinatos  y cualquier tipo de acto cruel en forma de mensaje simplemente por lealtad, por creer firmemente en la idea de que matando está haciendo el bien por su comunidad, como dirían Kant y Rousseau, siendo individuos heterónomos que no utilizan su propia razón para decidir su destino (Rousseau, J.J. ([2010] 1754-1762)).

No hace falta tan siquiera llegar a someter desde la infancia una educación útil para matar sin remordimientos. Está demostrado que llegado a ciertos extremos los humanos somos capaces de adaptarnos a lo que sea, siempre que se tenga un rumbo y un objetivo, de modo que hay individuos que cumplen sus objetivos matando a todo lo que se interponga en su camino, justificando su muerte como necesaria para llegar a un fin.

La Mataviejas
Lo que pretendo decir es que con una mentalidad adecuada se puede llegar a cualquier extremo, siempre por supuesto con una capacidad de razonar no lo suficientemente rica para plantearse si tu vida vale más que la de los demás o planteándoselo creyendo que tu vida y tus privilegios están por encima de lo demás.

Hannah Arendt considera el mal como una falta de juicio, el ser humano siempre está relacionado con otros y surgen voluntades que se enfrentan con las de otros, por tanto debe reflexionar sobre sus acciones sino quiere convertirse en alguien dirigido. (Hannah Arendt, (1961), Eichmann en Jerusalén).

Esta falta de juicio es de la que tachamos a los psicópatas pero no nos planteamos bien esta falta de juicio. No nos planteamos bien este mal, tratamos de clasificar y considerar a los psicópatas como seres humanos terribles pero no nos centramos en individuos que son capaces de obrar también sin ningún remordimiento, sin plantearse esta falta de juicio por solo mirar y preocuparse de su propio beneficio.

Tal vez consideramos a los psicópatas anormales por sus actos que nos resultan tan extraños como los fetichismos, las mutilaciones, canibalismos, perversiones sádicas etc.

Pero aparte de estos actos que nos resultan tan repulsivos en la sociedad actual, actúan de la misma forma con la misma falta de juicio que muchos políticos que gastan en su disfrute personal y lujoso fondos públicos destinados a salvar gente que está muriendo de hambre o de enfermedades, u otra gente que sufre de manera indirecta sus consecuencias. Preocupándose por resolver  misterios que no sirven para nada pero son más curiosos y dan más dinero  a la venta que resolver otras cosas como el hambre en el mundo o salvar a otra gente en condiciones críticas por culpa de la globalización.

James Mason
Innumerables actos horribles cometidos por gente que no sufre de psicopatía o simplemente no tiene esta capacidad de juicio o es capaz de cerrar los ojos, no verla y olvidarse. Estos actos también son psicopáticos y son realizados por un sector pequeño de la población pero que realizaría probablemente gran parte de la población ya que está comprobado por la experiencia en la sociedad que todo el mundo tiene un precio, por debajo del cual puede pasar cualquier acto criminal que no es para nada moral.

Investigando sobre uno de los impulsores del perfil psicopático y el primero en nombrar a los “asesinos en serie” Robert Ressler encontré casos que trato el mismo en los cuales los psicópatas se entregaban arrepentidos de sus actos o por conocer que estaban haciendo el mal pero que no eran capaces de parar sus impulsos, otros que incluso le dejaban mensajes que pedían por favor que se les arrestara ya que no podían parar. (Documentos TV, Ressler)

Resulta curioso pensar que los psicópatas pueden tener más capacidad de juicio y moral que muchísimos dirigentes políticos (en muchos casos descubiertos en su relación con organizaciones criminales) que roban y matan indirectamente pero que nunca se arrepentirán ni se entregaran por sus actos. 

Mi última idea sobre este tema es la que considero fundamental en este texto, es la idea de que llevado a valores extremos se puede llegar a crear una psicopatía. Cuando pienso en los dirigentes de los carteles mexicanos, las maras, las mafias y otras organizaciones criminales que se ven necesitados de sembrar el miedo para mantener su autoridad y su poder, pienso que en el principio de su actividad delictiva a pesar de poder estar educados con una mentalidad adecuada para este tipo de negocio/guerra, no sentirían placer al asesinar de forma cruel a sus rivales, pero que finalmente lo sienten, son capaces de disfrutar de sus actos crueles como de mutilar a las familias de sus rivales porque les llegan acompañados y reforzados de una recompensa positiva.

Quiero decir que con una mentalidad y unos objetivos adecuados se puede llegar a perder la empatía, a verlo como una cosa más distante, normalizar e interiorizar la muerte y la tortura como un elemento necesario para sobrevivir y triunfar. No muy lejos de estas afirmaciones se encuentran las ideas de Maquiavelo en su obra “El príncipe”.

En todos los casos, tanto los psicópatas como los delincuentes organizados, cometen crimines crueles por un placer y una satisfacción propia, por obtener algo, al menos en su mayoría, por lo tanto no pueden ser tan diferentes ni ser vistos desde una perspectiva tan distinta.

Por último en cuanto a la lealtad vertical, me gustaría argumentar que existe un numero razonable de individuos débiles mentalmente es decir capes de ser influenciados por ideas sin plantearse y razonar por su propia razón sus actos siendo simples títeres y en algunos casos como los grupos terroristas sustentados por ideas religiosas son capaces de llegar a este pequeño salto que hay entre la psicopatía y la normalidad emocional establecida en la sociedad actual, sin ser clínicamente psicópatas.

Bibliografía
-Entrevista de Robert Hare con Eduard Punset en Redes: http://www.rtve.es/tve/b/redes2007/semanal/prg436/entrevista.htm
-Rousseau, J.J. ([2010] 1754-1762). The Social Contract, A Discourse on the Origin of Inequality, and A Discourse on Political Economy. New York: Classic Books International.
- Arendt, Hannah. Eichmann en Jerusalén. Debolsillo. 2006.
- Documentos TV, En la mente del asesino, Robert Ressler. 2005. https://www.youtube.com/watch?v=FSU80xui-9s