«Gracias a la libertad de expresión hoy es posible decir que un gobernante es un inútil, sin que nos pase nada. Al gobernante tampoco».

Jaume Perich (1941-1995). Escritor y humorista

domingo, 28 de julio de 2019

Tartufo o Robespierre.

Los cambios o relevos políticos al frente de los Ayuntamientos, traen consigo una época de inestabilidad e inseguridad entre los trabajadores públicos, sobre todo a nivel de mandos medios. 
Los políticos salientes, por eso de que pierden el poder, son criticados, y si han gobernado y pierden el mando, se produce el vacío alrededor, en algún caso la retirada de la palabra y la pérdida de algunas amistades, quizás interesadas.
Algunos de los entrantes, con ese subidón que les da, quieren cambiarlo todo, (el despacho es lo primero),y una vez toman posesión de su reino de taifas, empieza por estorbarles algún empleado público, como así ha sido en tiempo pasado. Cada legislatura tiene sus damnificados.
Algunos de los nuevos ediles han estado durante su época de travesía del desierto, escuchando a los envidiosos y a los segundones verter toda clase de acusaciones, algunas inverosímiles con el fin de congraciarse con el entrante. Y el entrante feliz, acumulando motivos para cumplir su sueño, parapetándose detrás del resto de concejales.
Creía que este proceder era debido a la inseguridad que les da, en algunos casos, el desconocimiento del área que les asignan  Pero no, estos han estado  tragando todo lo que su “asesor” le transmitió, y creen que han adquirido los conocimientos necesarios para gobernar el área.
Es habitual que en cada legislatura algún/os empleados públicos reciban un trato que hoy se llama “mobing”, este ha existido siempre, pero no se llamaba así, ni el afectado tenia derechos.
Y por fin los consiguió.
Últimamente escucho, con cierta perplejidad, que sin ningún recato se dice que “rodaran cabezas”, o “pedir la cabeza de …”
Podría redactar una lista de descabezados cuando no se decía descabezar y una lista de descabezadores que se fueron a su casa con poca gloria.
En esta legislatura se atisba un anteproyecto, en marcha, para un descabezamiento. Me vinieron a la memoria dos personajes de mis tiempos de estudiante,  uno cómico y el otro tristemente real, y todo ello me causo cierta desazón.
El Tartufo de Moliere, personaje cómico que ha quedado como apelativo de una persona hipócrita y falsa. En la asociación de ideas coinciden que, nadie lo nombra por su nombre, ni lo señala directamente, pero todos sabemos desde el primer momento quien es. Por su malicia e hipocresía se nos hace odioso, verdaderamente odioso. Y por sus engaños, es un hombre bastante listo y rastrero, que no duda en engañar y aprovecharse de los inocentes que creen en su palabra.

El otro es, Maximilien de Robespierre, fue un abogado y político de la Revolución Francesa que en sus escritos de la época mostraba la influencia de las ideas democráticas dRousseau.
Se erigió en defensor de las ideas liberales y democráticas más avanzadas, pero fue el instaurador del Régimen del Terror.
Hombre íntegro, virtuoso y austero, recibió el sobrenombre de “el Incorruptible”.  Los sans-culottes llevaron a Robespierre al poder y tras arrebatarle el poder a Danton, Robespierre se convirtió en el «hombre fuerte” e instauró una dictadura.

Robespierre impuso una sangrienta represión para impedir el fracaso de la Revolución, no dudando en aprobar leyes que recortaban las libertades y simplificaban los trámites procesales en favor de una justicia revolucionaria tan expeditiva como arbitraria; completaba el mecanismo represivo un sistema de denuncias y testigos perjuros extendido por todo el país mediante 20.000 comités de vigilancia. Eliminó físicamente a la extrema izquierda,  a contrarrevolucionarios, monárquicos, aristócratas, clérigos, federalistas, capitalistas, especuladores, rebeldes, traidores y desafectos, hasta 42.000 penas de muerte en un año.

Adoptó medidas sociales encaminadas a ganarse el apoyo de las masas populares urbanas, como la congelación de precios y salarios.

Una coalición de diputados obtuvo de la Convención el cese y arresto de Robespierre y sus colaboradores en el Comité. De nada sirvió el conato de insurrección popular que protagonizaron los sans-culottes para salvar a Robespierre. Juzgado por sus propios métodos, fue guillotinado junto con veinte de sus partidarios.

Aqui, los sans–culottes de Benissa Impuls hablaron y Robespierre apoyándose en ellos, trata de hacer justicia guillotinando a los molestos y colocando  a sus conmilitongos.

Ponganle nombre y tenemos la farsa bufa montada.