Coincidiendo con el día de
la madre, pasado el día del padre i pasando mucho de celebraciones consumistas,
quería decir:
Como digo en la columna de aquí al lado, no seré
lacrimógeno en lo que aquí redacte, pero no por ello, dejare de ser emotivo.
Han pasado unas semanas desde que en Benissa se
comentara el estado en que se encontraban
los ancianos de la Residencia de Nuestra Señora de los Dolores. Y ya
vemos que como todas las noticias, fue y ya paso. Ya no interesa. Nadie se
preocupa por ver que soluciones o actuaciones se han efectuado y el señor
Alcalde no ha convocado el monográfico para explicar como ha quedado el affaire,
creo yo, más grave, ocurrido en Benissa
en muchos años.
Pocas cosas ya me producen vergüenza, pero con todo
aquello que se refiere a niños y ancianos siento una repulsión especial hacia
los responsables. Y en este asunto los hay y me repelen. Ya sabemos que siempre
llega un hombre de las galaxias y resulta que con sus gafas unipersonales ve
otras situaciones. Verdes prados, con
angelitos y abuelitos con batas blancas tocando liras, alabando el trato
angelical del escaso y explotado
personal. Solo deseo, que en su ancianidad,
beban algún trago del líquido amargo que han o están propiciando a los actuales
residentes. De corazón les deseo un traguito largo.
Espero que no tengamos, nunca, necesidad de sus
delicados servicios.
El Papa y la Mama. Así llamamos en mi casa a
nuestros padres. De tú y sin protocolos de usted, o lo que usted mande y demás
pamplinas, que no por ello suponen mas respeto.
El día de san José, sentado en una de las cabeceras
de la mesa mi padre, en la otra yo (es la ubicación habitual), y a cada lado
una parte de nuestra extensa familia, los observe. Antes, con mi manía de ramonear
por despensas y neveras los había observado. Y ahora aquí sentado escribiendo vuelvo a visualizar ese día. Me centro en sus conversaciones y su transitar
por los espacios de la casa, antaño grande, con siete habitantes, ahora grandísima
para solo dos.
Mirando profunda
y atentamente, veo que aquellos gigantes de mi juventud, son dos
pequeños ríos mansos y sinuosos, en los
que en su discurrir, se han formado meandros, en sus caras, manos y piel a la vista.
Que su cuerpo ha encogido. Que mi madre
no aguantaría mi peso en su espalda, como cuando me sacaba de la bañera al
vuelo. Que mi padre, con sus grandes manos, ya no movería las piedras que
aprovechaba para construir los márgenes de los bancales de Canoret, donde
en los años de gotas frías se producían
“solsides”.
Voy al espejo y me miro. Sí. Yo no soy el zagal
esmirriado y casero de entonces. Mi pelo ha ido cayendo y pegándose a otras
partes del cuerpo, y en mi cabeza van quedando pocas canas y más claridades.
Hemos andado una parte importante de nuestras vidas,
y esa parte ha consumido los cuerpos y empieza hacer mella en nuestras
mentes.
Hoy, por nada especial, quiero decirles, ahora que
aun tengo la voz y ellos el oído, que los quiero.
Quiero decirles que gracias por todos los
sacrificios que fueron capaces de hacer por mi, y que yo nunca podre devolverles.
Quiero decirles que fueron el ejemplo donde copie lo
bueno que hay en mi.
Gracias Papa. Gracias Mama.
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¿Han probado?. Prueben. Díganselo a su padre y a su
madre.
¿Les ha costado, o simplemente les parece una
cursilada?.
Es un ejercicio que cuesta practicar.
PAPA, MAMA, OS QUIERO.
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