Como declaración de principios diré que, toda persona
merece que se respeten sus ideas i manifestaciones, siempre que estas no se
salgan de las costuras que establecen las leyes.
Dicho lo anterior, todas aquellas manifestaciones y
opiniones sobre las personas, por muy duras que sean y que no contravengan la
mencionadas leyes, será responsabilidad del que las manifieste, hacerlas menos
duras y ofensivas, o más corrosivas y punzantes.
Estoy convencido que el común de los españoles hemos
adquirido un hábito hacia los representantes públicos, insultante y
desconfiado, y que aplicamos en cualquier momento y a cualquier persona,
político o carnicero, sin valorar el
grado de merecimiento del
calificativo. En principio se le da el
más grande y ofensivo, y después, pocas veces, se rebaja.
Pero falla algo entre nosotros, o no entendemos la
actitud que los políticos practican después de un rifirrafe. Mirando el asunto
parece como un código de caballeros.
En el hemiciclo del parlamento, desde las poltronas o
desde la tribuna, se vierten palabras, frases, acusaciones, amenazas y denuncias, algunas de escandalosa
actualidad y ciertas, y al rato, después
de hirientes cornadas, los verracos se van a comer juntos, o se les ve en animada
charla y entre sonrisas.
Nos choca y mucho. ¿Cómo pueden separar sus diferencias
en la actividad política, de la actividad personal?.
Recuerdo un Alfonso Guerra hiriente e insultante en la
tribuna contra Adolfo Suarez, en el papel de poli malo y Felipe González en el
de poli bueno.
Después se
van a comer Lhardy, Los Galayos, Botín, La
Ancha o el Ateneo. Sus mesas han servido de cobijo durante años a
diputados, secretarios, subdirectores, ministros y aspirantes a políticos.
Pactos y traiciones se han fraguado entre cucharadas de cocidos, callos, sopas
y viandas variadas.
No sucede así en la política local. Aquí, en este ámbito, la crítica
acida hacia un político es recibida por este y su clac como si a la madre de
alguno se mentara. El crítico pasa a la lista de enemigos, y a los enemigos ni
agua.
¿De qué va esto, Vicent?.
Pues tan sencillo, como respetar y ser respetado.
El político es el primero que debe respetar. Y respetar en el amplio
sentido de la palabra. No respeta, cuando incumple su programa y sus promesas.
Cuando tergiversa a su favor, pensando que los administrados nos chupamos el
dedo. Cuando promete, tan solo por contentar al ciudadano que lo aborda en la
calle. No respeta, cuando odia, le retira la palabra, pone trabas, o peor aun
cuando se mofa en privado de alguno de sus administrados.
Después de la corrupción, el respeto al ciudadano en el sentido en que he
expuesto, es el segundo gran pecado de los políticos “locales”.
Si quieres respeto, cumple promesas, no mientas y trata por igual a los
pelotas y a los críticos ácidos.
Difícil ejercicio para estos mediocres politicos aficionados, aunque
lleven 20 años ejerciendo.
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