Yo, vecino de los franciscanos, y además, exseminarista, conocía el convento y los anexos al mismo, así como, a los distintos padres y hermanos legos que fueron pasando, hasta el año 1977, en que mi vida ya derivo hacia otro rumbo, el rumbo propio de un aprendiz de adulto.
Durante años vivió en el convento un padre franciscano, cuya figura se distinguía desde lejos, era pequeño, un poco cargado de espaldas, con gafas quevedescas y con un caminar lento y que producía un sonido de arrastrado de pies. Desde luego, siempre vestía el habito franciscano, nunca lo vi con otro ropaje. Su carácter era humilde y retraído, y se relacionaba poco, aunque a su paso su semblante era alegre y próximo. Los saludos eran recíprocos y los más pequeños se cercaban a besar su mano. Esto último, ya ni me acuerdo cuando termino, seria él, al último que le se las besamos. De hecho, solo recuerdo a tres, el pare Antoni, el Padre Arbona y el lego, fray Humilde (el de las fuentes del Corpus).
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P. Arbona y vecinas de la P. de Pinos |
Recuerdo que fui, en alguna ocasión su acolito en alguna misa que decía en la partida de Pinos o Lleus. Incluso oficio una primera comunión, en la partida de Lleus, para un hijo de la familia Mengual, en la que fui acolito. Recuerdo muy bien que nos traslado en taxi, “Romero” el taxista, y también el banquete posterior.
Desde ni casa se le veía en la terraza del convento que tiene la fachada a la Placeta del Convent. Allí, había una caseta de meteorología. Estaba largo rato trasteando, tomando medidas i datos. Si el tiempo no era claro, hacia frío o llovía, allí estaba más rato aún.
Cuando estaba en segundo de bachiller, la asignatura que le correspondía hacernos llegar a nuestras entendederas era el Latín, aunque nosotros andábamos metidos ya en otras cosas que nos distraían malamente. Aunque era una persona paciente y educada, alguna vez le vi perder los nervios, éramos un purgatorio en vida para todo el claustro de profesores.

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