No ví cuando la dejaron estacionada en medio del espacio de recepción, abstraído como estaba, en la espesa cortina que formaba en aquel momento la lluvia.
En el momento que percibí su presencia, me volví. El espacio se abrió con más profundidad, y en medio de aquel inmenso Océano, oscuro, sin nada donde agarrarse, y como única pieza visible de un naufragio, la silla de ruedas que la soportaba.
No se le advierten cambios, tal vez su faz tiene una expresión de desilusión. No ha tenido ni un comentario positivo. La cocinera le pegunta si le gustaba la comida: "unas cosas más que otras". En esta contestación, analizados bien el tono y la mirada, podríamos traducir que "bien pocas cosas le gustan".
Su dormir es imposible de calcular. Hay alguien que reclama a su "mami", "MAMI", "MAMMII ...". Ella sorbe las lagrimas de sus llantos. Como toda la familia, no las dejamos salir, nos las tragamos. Que remedio, es así, a tocado ser así.
Definitivamente el lugar no es para ella.
"Si hoy tuviera que decidir, aquí no vendría". Dice.
No ve, no sabe si quien pasa por su lado es un interno o un auxiliar. Esta mañana pidió ayuda y cuando llegó ya era tarde.
Sigue el día gris y lluvioso. Mi estado de ánimo no ha cambiado, más bien ha empeorado.
Para justificar que es idóneo y que se acertó, hay un indiscutible diagnóstico: "demencia senil".
El hedadismo se ha impuesto con fuerza, la edad y otros estereotipos, han dejado los antiguos consejos de ancianos fuera de juego. Recluidos en Residencias de Ancianos, Residencias de la Tercera Edad o Residencias para Mayores, póngale ustedes mismos el nombre.
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